Perder la sensibilidad vacía y debilita los vínculos, nos lleva a la indiferencia y al egoísmo, a la negación del otro, de la alteridad, de lo distinto.
En los últimos años ha resonado una y otra vez que en este cambio de época que estamos transitando somos víctimas de una crisis antropológica y de sentido. Crisis que no es sólo del orden de las ideas y de desinterés sobre la verdad, sino que marca una relación problemática frente a la economía, los bienes, el consumo, e incluso frente al cuidado o no de nuestra casa común.
Se dice que por la puerta de la ilusión de libertad y la fragmentación de entretenimientos, estamos entrando a la era del zumbido; nos encontramos rodeados de ruido que no sabemos de dónde viene o adónde va, inmersos en un momento sin rumbo. Anestesiar la sensibilidad es cerrarse a la estética, a la belleza; es asfixiar en nosotros la contemplación y la producción de la belleza con sus frutos de gozo y gratuidad. Los sentidos y la sensibilidad son las vías que tenemos a nuestra disposición para percibir la realidad, desde las más simples hasta la de Dios.