A tres años de su muerte, después de la edición de sus memorias Ningún lugar adonde ir y la antología Cuadernos de los sesenta, el volumen editado por Caja Negra reúne fascinantes registros cotidianos y anécdotas con sus amigas y amigos.
Jonas Mekas en la escena con Fred Astaire de Imagine , un film de Yoko Ono.“Ven al St. Regis Hotel. Te necesito en una escena que estoy rodando.” Eso fue todo lo que dijo Yoko Ono, en medio de la filmación de su nueva película,“Tendrás que bailar con Fred Astaire”, comentó como si nada. “De acuerdo”, respondí. Luego de conocer por un tiempo a Yoko y John he perdido mi capacidad de sorpresa ante situaciones como estas. Al rato llegó Fred Astaire.
Dormía profundamente cuando de repente me despertó el sonido ensordecedor de unas motocicletas. Cuando más tarde le pregunté a Hiro, dijo “Ah... todos los domingos por la mañana salimos al desierto a andar en moto con Arnold... Arnold Schwarzenegger. Por diversión”. “¿Sabes quién está debajo del disfraz?”, me susurró una mujer a mi lado. Al responderle que no tenía idea, me contestó: “Es Arnold”.Al rato, cargó la bolsa con regalos sobre su gran hombro y se marchó a repartir más regalos. Fue hermoso ver esa faceta suya.La primera vez que lo conocí me confesó que una de las personas que más anhelaba conocer era Allen Ginsberg, y me preguntó si podía presentárselo.
No fue realmente idea mía, sino de Peter Beard, a quien a menudo se le ocurren locuras así. Pero me gustó tanto que decidí ponerla en práctica. Por ese entonces, mi hermano Adolfas y yo atravesábamos un período de gran hambruna. No teníamos trabajo ni dinero ni comida. Mientras se proyectaba la película y todos la observaban en silencio, con Adolfas nos dimos cuenta de inmediato de que en la parte de atrás del salón había una pequeña mesa con galletas preparadas para los invitados.
Recién mucho tiempo más tarde nos contó esa historia. Durante años se preguntó quiénes eran esos tipos. Todavía siento culpa por comerme casi todas las galletas de Anais.En 1965 me invitaron a pasar el fin de semana del 4 de julio en la casa de Timothy Leary, en Millbrook. Varios amigos míos estaban allí y pensé que unos días en el campo me vendrían bien luego de una semana de mucho trabajo.
Tim habló primero. “Mira”, dijo, “te he estado observando estos tres días. Todos tus amigos la están pasando muy bien. Si quieres probar LSD, has venido al lugar indicado, tanto Richard Alpert como yo estamos aquí para supervisar y ayudar en lo que sea. Pero no pareces estar interesado en eso. Solo te dedicas a leer y caminar.”
No le creí. Pero sí, al parecer había estado conversando con Pacino. Maldición, le hablé a Pacino sobre Pacino. Peter Kubelka, quien había recibido los mismos honores unos años antes, me llevó al Palacio. Al llegar, atravesamos varios vestíbulos fastuosos pero democráticos hasta ingresar al salón de ceremonias, donde un portero modesto y vestido elegantemente nos recibió. Me sorprendió positivamente cuán modesto era todo.